martes, 30 de julio de 2013

Un día muy largo

Aun no estamos preparados. Eso fue lo primero que pensé aquella madrugada, al ser despertado de manera inesperada y abrupta. Me esforcé en mantener la calma, a pesar de la combinación de fuertes emociones que experimenté en pocos segundos. Sorpresa. Miedo. Felicidad. Dudas. La miré a los ojos, encontrando la complicidad de siempre, y supe que se sentía exactamente igual. Azahara estaba esperando alguna reacción por mi parte, pero yo aun necesité repetir en mi mente sus palabras, intentando asimilarlas: “Creo que he roto aguas”.

Pero, ¿no faltaban dos semanas? Madre mía, pero si todavía ni teníamos lista la dichosa canastilla, ese conjunto de enseres que los papás tienen que llevar al hospital. Así que a toda prisa, pero con cuidado, ella fue preparando la bolsa reuniendo pañales, cremitas, ropa de recién nacido, y demás cositas cuqui. Mientras tanto, yo llamé al hospital y pregunté por la comadrona de guardia, que al no estar disponible en ese momento, nos llamaría en unos minutos. No solté el teléfono, y cuando al fin sonó, respondí tan rápido que la persona que llamaba probablemente no habría marcado aún el noveno dígito. Al detallarle los síntomas, nos explicó que podría tratarse de una falsa alarma, ya que no fue una rotura de aguas tradicional. Así que nos sugirió que volviéramos a la cama, que al día siguiente Azahara mantuviera reposo, y que estuviéramos atentos a cualquier cambio o posibles contracciones. Pero por lo demás, que pasáramos el día con normalidad. Eso intentamos.

Al mediodía seguimos con nuestro plan. Ella había quedado con sus amigas para comer (y marujear), así que los maridos abandonados hicimos lo mismo. Pero la extraña sensación que habíamos estado teniendo desde hacía horas nos acompañó durante todo el día, como si algo increíblemente emocionante estuviera a punto de suceder. Parecido a lo que se siente cuando te montas en una montaña rusa y estás subiendo lentamente antes del veloz descenso.

Al parecer, las amigas de Azahara enviaron algún que otro mensajito a sus maridos poniéndoles al día sobre el estado de la embarazada, que estaba más cerca del parto de lo que yo pensaba. Aunque yo no lo supe en ese momento, más adelante me enteré que mientras Juan Antonio y David me decían “Tú tranquilo”, entre ellos murmuraban “Uy, uy, uuuyyy”. Supongo que no querían preocuparme innecesariamente, ya que de todos modos ella estaba bien acompañada y cuidada. Además, poco después nos reunimos y, al contarme que las contracciones eran cada vez más evidentes, la decisión estaba cantada.

Vamos al hospital, preciosa, que nuestras vidas están a punto de cambiar. Y más de lo que imaginábamos.

Barcelona, 7 de Mayo de 2006; el día de la madre. Muy oportuno.

- Esli

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